Entre Vega y Altair

Poco a poco se va acercando la temporada de largas noches fotográficas para perseguir la Vía Láctea, y lo que haga falta perseguir, de hecho, este sábado mismo empezamos con la primera jornada ya que las condiciones serán –en principio– suficientemente buenas como para volver con una sonrisa en el rostro.

Básicamente, esto es una excusa para compartir con vosotros una leyenda que nació de las estrellas, y que considero que es una de las leyendas más mágicas y bonitas que he escuchado nunca. La incluí hace tiempo en un artículo que escribí para La Salle sobre las clases de Manel Soria, también conocido comúnmente como Agrimensor Frikosal, pero la cuestón es que me fascina hasta tal punto que quiero compartirla aquí también.

 

Altair, Vega y Deneb forman el conocido triángulo de verano

 

Cuenta una antigua leyenda japonesa que una princesa de gran belleza, llamada Orihime (Vega), se enamoró de un pastor llamado Hikoboshi (Altair).

Orihime (la Princesa Tejedora) era una gran tejedora e hija de Tentei (el Rey Celestial). Ella tejía magníficas telas en la orilla del río Amanogawa (la Vía Láctea). Por culpa de su trabajo, que la mantenía ocupada todo el día, no podía conocer a nadie de quién enamorarse y eso la entristecía. Entonces el rey concertó un encuentro entre su hija y Hikoboshi (el Pastor de las Estrellas), que vivía en el otro lado del río. Al encontrarse, ambos se enamoraron inmediatamente y al poco tiempo contrajeron matrimonio.

Poco después de la boda ambos olvidaron sus obligaciones, Orihime descuidó sus labores textiles e Hikoboshi hizo lo mismo con su rebaño de estrellas, que acabó esparcido por todo el firmamento. Tentei enfureció tanto que decidió separarlos, dejando a cada uno a un lado de la orilla del río Amanogawa. Orihime, abatida por la separación, imploró a su padre que le permitiera volver a ver a su amado marido.

El rey, conmovido por las lágrimas de su hija, accedió a que se encontraran de nuevo el séptimo día del séptimo mes lunar. Sin embargo, la primera vez que intentaron verse se dieron cuenta de que no podían cruzar el río, ya que no había puente alguno. Orihime lloró tanto que una bandada de urracas vino en su ayuda y le prometieron que harían un puente con sus alas para que pudieran cruzar el río.

Ambos amantes se reunieron finalmente y las urracas prometieron venir todos los años siempre y cuando no lloviera.

 

En Japón, el séptimo día del séptimo mes se conoce como Tanabata, para ellos celebrarlo es una tradición y a mi me encanta que lo hagan, me encanta que algo relacionado con las estrellas tenga tanta presencia en la cultura, e incluso en Ranma 1/2 -esos míticos dibujos que forman parte de nuestra niñez- tienen un capítulo que trata de esto. Segun calendarios, algunos lo celebran el 7 de julio, otros el 7 de agosto, pero el calendario circunsolar japonés dice que este año debería celebrarse el 9 de agosto.

Para algunos será una estúpida leyenda, pero, sin lugar a dudas es un reflejo de lo importante que ha sido –y sigue siendo– el cielo nocturno para la humanidad, aunque parece que a muy pocos les importe que nuestras ciudades nos lo hayan robado de manera flagrante y desmesurada.

 

 

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